viernes, 5 de octubre de 2012

Protestas españolas, recetas alemanas


Este Editorial se publicó en la versión impresa del New York Times el 2 de octubre de 2012 en su página A30. Traducción propia.

 Los políticos no pueden hacer oídos sordos a las manifestaciones que en las capitales del sur de Europa han llenado las calles de un número muy elevado de manifestantes protestando contra las últimas medidas de austeridad. Cientos de miles han salido en Lisboa, Madrid y Atenas y, seguramente, en los próximos días habrá más manifestaciones de este tipo.
Vista aérea de la manifestación en Madrid
el pasado 25 de septiembre de 2012

La paciencia de la gente se está acabando. Las medidas de austeridad exigidas por el gobierno alemán y los líderes de la Unión Europea han fallado estrepitosamente en su objetivo de reducir la deuda y de encarrilar la salida de la crisis. Más bien al contrario, es evidente que estas medidas aumentarán el número de parados y dañarán los programas de asistencia social justo cuando más se necesitan.

El foco está ahora España, donde el Presidente del Gobierno Mariano Rajoy trata de hacer nuevos recortes sin provocar futuras explosiones de ira en su país y sin echar gasolina a los movimientos secesionistas de regiones intranquilas como Cataluña, el motor económico del país. Pero el cruel cóctel de nuevos recortes en servicios públicos, congelación de pagas e incremento de impuestos que el Sr. Rajoy anunció la semana pasada, sin duda harán que la situación política y económica empeore. Los expertos prevén un segundo año de crecimiento negativo en 2013, mientras que el desempleo, que actualmente afecta a más de un 25% de la población, duplica la media de la Unión Europea.

Mientras España no salga milagrosamente adelante con esas medidas contraproducentes o mientras la economía española no obtenga nuevos ingresos tributarios para llegar a unos objetivos presupuestarios irreales, Alemania amenaza con retrasar una desesperadamente necesaria unión bancaria europea que ayudaría a recapitalizar los bancos españoles que van a la deriva. A diferencia de Grecia y Portugal, España, hasta ahora, ha evitado un rescate formal de la Unión Europea, lo que le permite tener un poco más de margen para llevar su propio rumbo económico. Pero el Sr. Rajoy no es en realidad un actor libre. Sin el visto bueno alemán para la unión bancaria europea, España, también, podría verse forzada a llegar a un acuerdo vinculante de rescate de la deuda.

Los problemas actuales de deuda de España no son consecuencia de un gobierno derrochador durante los años del boom. Vienen de la caída abrupta de la economía debida al pinchazo de una peligrosa burbuja inmobiliaria en el sector privado, alimentada por un crédito artificialmente barato. El estallido de esa burbuja barrió millones de trabajos en España, llevándose por delante los ingresos tributarios y el consumo. También forzó al gobierno a gastar miles de millones de euros que no tenía, sin conseguir rescatar a su tambaleante sistema bancario. Los nuevos recortes que afectan al empleo y el gasto de energía no traerán la recuperación. Únicamente traerán más miseria y disturbios.

El Sr. Rajoy también quiere tomar las riendas del gasto de los 17 gobiernos regionales, que tienen un papel importante en el coste en educación y sanidad. Los gobiernos regionales despilfarraron miles de millones en proyectos de obra pública durante los años del boom. Pero ese dinero se ha perdido, y los sistemas educativos y sanitarios no deberían sufrir grandes recortes en tiempos difíciles.

Tampoco es el momento adecuado, en plena recesión profunda, para abordar el problema a largo plazo que supone el coste de las pensiones y el envejecimiento de la población. Con unas prestaciones por desempleo que se están acabando para muchos, las pensiones son la principal fuente de ingresos para cientos de miles de familias.

No quedan sitios fáciles para que el Sr. Rajoy recorte servicios o gastos sin el riesgo de un desastre social. La historia se parece mucho a la de Grecia y Portugal.

El tiempo se acaba. Sólo un cambio profundo en las políticas económicas pueden salvar el euro. Los líderes europeos (sobre todo la canciller alemana Angela Merkel), necesitan reconocer que para devolver la solvencia a la zona euro se necesitarán renovados esfuerzos para fomentar el crecimiento económico, olvidándose de los rígidos objetivos presupuestarios y de las continuas medidas de austeridad impuestas en Berlín y Bruselas a gobiernos desesperados.


martes, 2 de octubre de 2012

"La locura de la austeridad europea". Por Paul Krugman.


Demasiada complacencia. Hace tan solo unos días la sabiduría convencional decía que por fin Europa tenía las cosas bajo control. El Banco Central Europeo había derrotado a los mercados con su promesa de comprar, si era necesario, deuda de países con problemas. Lo único que los Estados deudores debían hacer, continuaba la historia, era aceptar más austeridad y más intensa (condición única para acceder a los préstamos del banco central), y todo iría bien.

Paul Krugman
Pero los proveedores de la sabiduría convencional olvidaron que afectaba a las personas. De repente, España y Grecia se han visto inmersas en huelgas y manifestaciones multitudinarias. La gente está diciendo que han llegado al límite: con un paro al nivel de la Gran Depresión y con unos ciudadanos que antes pertenecían a la clase media obligados a recoger comida de las basuras, la austeridad ha llegado ya demasiado lejos.

Muchos comentaristas sugieren que los ciudadanos de España y Grecia simplemente están retrasando lo inevitable, protestando contra unos sacrificios que deben necesariamente hacerse. Pero lo cierto es que los que protestan tienen razón. Más austeridad no sirve para nada. Los sujetos realmente irracionales aquí son los presuntamente serios políticos y administradores que piden incluso más dolor.

Miremos la cuestión de España. ¿Cuál es su verdadero problema económico? Básicamente España está sufriendo la resaca de una inmensa burbuja inmobiliaria que originó por un lado un boom económico y por otro un periodo de inflación, dejando a la industria española sin posibilidad de competir con el resto de Europa. Cuando la burbuja estalla, se deja a España con el complicado problema de volver a ganar competitividad, un proceso doloroso que durará años. A no ser que España salga del euro, paso que nadie quiere dar, está condenada tener durante años un paro alto.

Pero este sufrimiento sin duda inevitable se está magnificando de forma extraordinaria con unos duros recortes en el gasto. El objetivo de estos recortes es, sencilla y llanamente, provocar sufrimiento.

En primer lugar, en España no empezaron los problemas porque tuviera un gobierno derrochador. Más bien al contrario, en pleno ojo del huracán de la crisis, España tenía superávit presupuestario y una deuda baja. Los altos niveles de déficit aparecieron cuando la economía se vino abajo, llevándose con ella los ingresos, pero, incluso así, España no parece tener un déficit elevado.

Es cierto que España está teniendo actualmente problemas a la hora de pedir dinero prestado para financiar su déficit. La causa principal de este problema es, sin embargo, el miedo a dificultades más amplias de la nación, incluido el miedo a la agitación política debida a una tasa de paro muy elevada. Rebajar unos pocos puntos el déficit presupuestario no eliminará esos miedos. De hecho, un estudio del Fondo Monetario Internacional sugiere que los recortes aplicados en economías deprimidas en realidad reducen la confianza porque aceleran el ritmo del declive económico.

En otras palabras, la realidad económica de la situación sugiere que España no necesita más austeridad. No hay que lanzar las campanas al vuelo y, de hecho, probablemente no hay alternativa (excepto una salida del euro) a un largo periodo de tiempos difíciles. Pero los recortes salvajes en unos servicios públicos básicos que ayudan a los más necesitados, y el resto de medidas que se llevan a cabo, en realidad dañan las perspectivas de un ajuste satisfactorio.

¿Por qué, entonces, se pide más sufrimiento?

Parte de la explicación es que en Europa, igual que en América, demasiadas Personas Muy Serias practican el culto a la austeridad, creyendo que los déficits presupuestarios, y no el paro masivo, son el peligro claro y real, y que la reducción del déficit resolverá de alguna manera un problema provocado por los excesos del sector privado.

Además de eso, una parte importante de la opinión pública del núcleo de Europa (sobre todo de Alemania), está convencida de una falsa visión de la situación. Los funcionarios alemanes hablan de la crisis del euro en términos de moralidad, de un cuento en el que hay países que han vivido por todo lo alto y ahora se enfrentan a un ajuste inevitable. No importa que esto no es en absoluto lo que ha pasado ni importa el inconveniente hecho de que los bancos alemanes jugaron un papel muy importante en inflar la burbuja inmobiliaria española. El pecado y sus consecuencias es su explicación, y se están aferrando a ella.

Incluso peor es que esto es lo que muchos votantes alemanes piensan, sobre todo porque es lo que sus políticos les han contado. El miedo a una reacción de los votantes que piensan, incorrectamente, que están en la cuerda floja por culpa de la irresponsabilidad del sur de Europa, hace que los políticos alemanes no quieran aprobar créditos de emergencia a España y a otros países a no ser que sean castigados primero.

Por supuesto, esa no es la forma en la que se presentan públicamente estas exigencias. Pero esto es lo que realmente está pasando. Ya hace tiempo que se debería haber puesto fin a este cruel sinsentido. Si Alemania realmente quiere salvar el euro debería dejar que el Banco Central Europeo hiciera lo necesario para salvar a los países con deudas y debería hacerlo sin pedir más sufrimiento inútil.

Paul Krugman es Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, New Jersey, Estados Unidos. En 2008 obtuvo el Premio Nobel de Economía.

Artículo publicado en el New York Times el 28 de septiembre de 2012 en la página A35 de su edición impresa. Traducción propia.